El movimiento del que el artista fue pionero dejó grandes obras memorables y en este artículo te hablamos de algunas de ellas.
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Joan Miró y el surrealismo
Joan Miró (1893-1983). En 1919 viajó a París, donde conoció a otros artistas: Picasso, Raynal, Max Jacob, Tzara… En 1924 firma el manifiesto surrealista y será en 1928, en la tercera exposición en París, cuando llega su primer éxito: dos de sus telas son adquiridas por el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
En los años posteriores, Miró alterna varios estilos, siempre buscando ir más allá de sus propios límites. Esto se hace especialmente patente durante la Guerra Civil, cuando sus obras adquieren una vertiente realista.
Obras surrealistas de Miró: 6 obras que debes conocer
“Terra llaurada”, 1923-1924
Juntamente con Paisatge català y La Masía el verano de 1923 a Mont-roig, Miró formó una trilogía. Esta obra se considera la primera obra surrealista del pintor. En ella muestra una visión idílica y metafórica de la casa familiar de Mont-Roig.
Todo en esta obra son símbolos e iconografías, como el árbol, que nace de un círculo oscuro y que incluye un ojo en su copa o el camino, con unas huellas con sentido ascendente. Aquí se simboliza la espiritualidad, la idea de la existencia de un ente superior en un sentido esotérico y religioso.
“Paisatge català (el caçador)”, 1924
Esta obra cierra la trilogía que muestra la evolución artística de Miró y que vino dada por sus estancias alternadas entre París y Mont-roig. En esta trilogía representa y rinde homenaje a la vida cotidiana de campo catalán y a sus tradiciones.
En la parte superior de Paisatge català, sobre fondo amarillo, se representa a un campesino, con pipa y barretina, cazando. En la parte inferior, sobre fondo anaranjado, se encuentra una versión espiritual del campesino, representada a través de la figura de la sardina enterrada. De nuevo, lo terrenal y lo espiritual se unen.
“Maternitat”, 1924
En Maternitat Miró intenta la conceptualización de la realidad, es decir, reduce la realidad a unos símbolos que no siempre tienen un significado claro con sus referentes reales.
Lo que sí podemos identificar es que estos símbolos tan propiamente mironianos representan el cuerpo de una mujer, madre, ligeramente inclinado. Destaca la representación de sus pechos: uno, de frente, de color blanco, y otro, de perfil, de color rojo. De cada uno de ellos “cuelgan” un niño y una niña. Una versión de una maternidad mucho menos endulzada de lo que suelen ser las obras que muestran madres e hijos.
En París, el artista empezó este proceso de reducción del mundo a los símbolos mironianos. Concretamente la maternidad es un tema central en la pintura catalana, pero, en este caso, Joan Miró la reduce a formas aparentemente simples propias de su obra.
“Gos bordant a la lluna”, 1926
Gos bordant a la lluna pertenece a un momento clave para el artífice, a mediados de los años veinte, cuando introduce palabras y estrofas en sus obras, dando lugar a la serie Pintures poemes .
En este caso, las palabras desaparecen de la pintura, dejando solo los elementos simbólicos clave en su obra. Aquí, el perro, ladrando a la luna, se sienta, literalmente, en la línea que separa, de nuevo, lo terrenal de lo espiritual. También encontramos, de nuevo, un símbolo del ascenso hacia lo divino: la escalera.
“Dona i ocells a punta de dia”, 1946
Cuando Miró pinta esta obra, lo hace con una fuerza renovada. El surrealismo ha sido vencido, como lo ha sido el republicanismo por la dictadura fascista. El artista empieza de nuevo, sale de su reclusión y presenta la obra por primera vez en la galería Pierre Matisse de Nueva York.
Entrando en la simbología de la obra, cabe mencionar que a pesar de que la obra se titula Dona i ocells a punta de dia, no hay una mujer representada en ella. Se trata de una figura de dos sexos, dos ojos y alas.
“Blau I, II, III”, 1961
El tríptico Blau I, II, III es el primero de una serie de grandes trípticos que Miró realizó durante los años sesenta y setenta, después de recluirse en Palma de Mallorca en su momento de más éxito internacional.
Aquí elimina toda representación tradicional expandiendo el color hacia un espacio infinito que nace de un sentimiento de solitud y silencio, de meditación.
Joan Miró, en 1968 explicaba su proceso de conceptualización de la pintura con la siguiente frase: “naturalmente, no necesité más que un instante para trazar esta línea con el pincel. Pero necesité meses, quizás años de reflexión, para concebirla.”
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